28 febrero 2008

No voy a escribir sobre tu boca

Tu boca es mía, la siento al lado de mis sienes, en afán ansioso lisonjera. La beso y beso tus carnes, tus vísceras, tus líquidos tibios, los ímpetus salados y viscosos. El mundo se recoge a tus labios y se rinde a la capa mística, quística, elíptica, característica de tu boca. Tu boca no es mia, soy yo, como todo lo tuyo. La manera de tus días es el verso de un poeta derruído y soterrado bajo el ritmo, el gusto de canela y enchilada, el futuro de mis ascos y pendencias a tus pies de puta, de amada, de reina, de ladrona, de mi.

A mi tus gestos

A mí tus gestos. Sobre el aire escriben la risa de un Dios. Te olvido. Una ausencia palpitante, psicofonía eufemística, sin presente. Con forma de vacío un hueco lacera mis dolores, con aristas, más extraños cada día. Se van a ti, a tu recuerdo, dónde todavía sonríes. Retorcidos escombros de lujuria rastrean mis jarcias, sin viento, sin estrella polar, sin brújula lamento de días y etéreas nubes de rutina. Te fuiste y muerto ando por las horas, con la única duda de cúando cesará, cuándo descansaré de estas ansias, esta obsesión. Sabiendo que no he de verte, muerto estoy ya en vida. Deshaciendo lo hecho en un andar hacia el origen, lejano, roto, de cuento surrealista donde no me encuentro. Cómo decirte que grito en silencio, que chillo, inmunda derrota, por rozar tu dicha. Por calmar mi sed de penetrarte hasta el aliento. De forzar las últimas gotas de rabia en tu placer sereno y violento contra mí, contra todo, contra el destino que nos puso años y fracasos de por medio. Que nos enseñó a agachar la cabeza y ponernos de rodillas a estos que fuimos más que futuro y dimensiones. Que lo fuimos todo. Que fuimos felices.

Igual

Clárido sol, viscosa luna. Igual, lo mismo, sin cambio. Un día, una mañana, la tarde. Se van y se ocultan tras las máscara del pasado para repetirse en un futuro y presente. Sin diferencias, los pasos y voces transcurren estación tras estación. Una más, una menos. En una edad sin arrugas, mi rostro me es extraño. Sutilmente, detalle por detalle está todo exacto. Pero no. No hay ya nada exacto. Todo cambia, todo está igual. Es lo mismo de siempre. Los minutos se calcan, una noche nueva es prolongación de la anterior, nada más. Pero cuando frenas el transcurrir, recapacitas y observas, te das cuenta de que se han ido tantas cosas. Tampoco ya eres tú. Cada año, irrelevante, te marca arañazos en lo más hondo que te va modelando una expresión de viejo, huraño, indiferente, frío. Me despierto. Hoy puede ser un gran día. Cada uno es algo nuevo a aprovechar. Lo mismo que me dije ayer, y antes de ayer, y el día anterior...

Tú o yo

Siempre tú, sólo distinta. Cuando triste, emerges cansada, melancólica a consolarme.
Cuando gana todo ritmo desembarcas estruendosa, con escándalo y orgía. Eres realidad inabarcable. Se me escapa tu risa al ruido de mis sueños. Quiero llegar a tu altura de diosa endemoniada, de rayo de música soterrado en piel. Pero humano, demasiado humano, te pierdo en mi orgullo. Superior a mi, a tus pies, encarnado en tu aliento, marioneta de tus anhelos, gustoso, renuncio a ser alguien. Deseoso de reclinar mi cabeza de esclavo a la faz que me da vida y esperanzas, dejando atrás dignidades e identidades. Aqui, sin ser nadie, me alegro de amar, de ser inferior siendo el más feliz de los tontos.

El espectáculo debe continuar

Quería ser malabarista de los momentos,
artiste circense de la invocación.
Pero de tantas vueltas y vueltas
la vida se me cayó a los pies.
Sucia y pisoteada está pegada
a la fecha de tus días conmigo,
se perdió.
Ahora no tengo nada,
me miro la cara, las manos
y sé que se perdió todo.
Sin carro que empuje,
sin música, sin ritmo,
odio y amo haber sido feliz
para luego sentirme muerto sin ti.

Horas contadas

Todo eran horas contadas,
nos faltaba el tiempo,
para amar y vivir.
Y de pronto,
hoy,
me sobra todo,
el lastre de los minutos,
que no pasan más que por mi cuerpo.
Más allá de años y espacio,
de recuerdos y soledades,
tu figura se hiergue eterna.
Sin tú saber que no hay día
que no adore y rece ante ti,
esos días, con fecha y hora,
que fueron lo que ahora no es,
en piel se transforman
para decirme que no hay tatuaje
que se grabe, enfermedad que pueda
con tu nombre.
Expresarte mi idolatría,
mi ridiculez,
el reconocimiento de mi mediocridad,
para nada.
Tu vida está fuera de la tuya paralela conmigo,
en otra ciudad verás cosas que nunca veré
con este espíritu de ti que me dejaste
como souvenir,
como sombra,
como saliva en mi boca.
Repetir lo que se ha dicho,
amar sin decir te amo,
explicar que eso quedó atrás,
que ganó el rencor de arrasar mis esperanzas
y llevártelas contigo,
para no devolvérmelas jamás,
para hacerte tu festín ególatra
cuando te sientas sola,
cundo quieras cariño.
Sabrás que aqui estará el mísero alma de poeta
que entrega su vida a tus recuerdos,
a tus defectos,
tan brillantes como el sol,
y deslumbrantes,
mios más que tuyos,
recojo lo que huyes de ti misma,
mimo los dolores que te pesan,
las críticas inciertas de los demás,
justificadas,
de odiadas por ti,
amadas por mi,
como una campanilla que avisa la llegada de alguien,
caprichosa,
en ti,
es el timbre de tu existencia.

La última noche

Se unió el azar y el destino
en el deseo de aquel beso.
Te cojí en brazos,
sin dejar de mirarte,
y te llevé a mi habitación
de mendigo moribundo
de amor.
Te quité cualquier barrera,
ya nada había entre tú y yo,
y para sentirte más mía
te cubrí con mi cuerpo.
Borracho de tus ojos,
ebrio de ti,
seguía el ritmo que el anhelo marcaba,
de ti a mi, de mi a ti,
suave y tímidamente,
como si fuese el juicio final.
Sentía tu calor como un traje
eterno
de perpetuidad
y vértigo.
Abarcábamos el mundo entero,
enormes,
de goma
llegábamos hasta las estrellas,
te las regalaba
y prendían en en tu pelo suelto
engalanando la almohada
y perfumando de jazmín
las caricias.
Nunca más he llegado a besar
el cielo.
Nunca más he volado
libre
hasta mi propio ser
y mis sueños
jamás se vieron más
obecidos que ante tus manos.

En la lejanía o en la nada

Lloré como un niño
incluso antes de conocerte.
Te deseaba, me dolía
dentro
una pieza de Mecano que me faltaba,
la más grande.
Y horas más tarde,
la plegaria que mis labios habían pronunciado
se cumplió entre tus brazos.
Obsesivamente te vivo
en recuerdos.
Ahora que escribo sueño,
y cuando te veo
vivo.
Te siento através de años y distancias
conmigo.
Es hoy cuando me esperabas
fingiendo indiferencia
en la estación.
Hoy cuando bebía de tu boca,
cuando hablaba con un Dios de los ateos
para que no te esfumases.
Debo tener un ángel.
Me lo cumplió.
No te esfumaste nunca
aunque no te volví
ni volveré a ver.
El amor no se acaba sólo porque dejemos de vernos.
El mío está aqui,
el tuyo se evaporó
en la lejanía
o en la nada.

Nunca es suficiente

Preferiría sin poemas
saber qué es esto
que se esconde en ti,
y en tus ausencias.
Sería capaz de dañarte,
hasta que te arrodillases
implorándome amor
y perdón.
Y yo surgiría orgulloso,
sería,
por fin,
más que tú.
Me darías pena,
humillada,
ahi abajo.
Pero nunca es bastante el daño
para asegurarme
de que no te necesito,
de que me quieres más
de lo que yo te añoro.
Nada más verte
mi orgullo se hunde a tus pies,
y sólo rio tranquilo
cuando creo ver asomar
lágrimas a tus ojos
de veleta.
¿Qué es esto que
obsesiona y amordaza,
que vuelve celosos
a los libertinos,
que quiere sacar
de dentro de la sangre
y con sangre
declaraciones que nunca se creen,
que nunca son suficientes
para saber que no he de perderte,
que es más el daño de saberte puta
que el de no verte ni en sueños?.
Quiero agarrarte del cuello,
aunque sé que ni muerta serás mia,
por lo menos no de otros.
Quiero hacerte llorar,
llorar por mi,
llorar por mi ausencia,
que sólo tú has hecho posible,
arrastrarte por mis huellas
que te fueron buscando
perdidas por tu rastro,
que a veces me recordaba,
y a veces vivía,
pero nunca es suficiente.
Nada es suficiente para mi,
para este anhelo,
sólo tenerte entre mis piernas,
y gozarte sin palabras,
para olvidarme de que
las historias de amor
no existen,
sólo las de posesión y avaricia,
las de lujuria inmensa,
las de hambre de un cuerpo,
lo demás, es simple cariño,
inocente, insignificante
e insulso.

13 febrero 2008

La primera vez que cruzó una palabra conmigo fue para regañarme. Entré tarde a las clases y, no contenta con ello, me puse a hacer señas a mi amigo para que, desde la otra punta del aula, me fuese haciendo hueco. No me di cuenta de que todo ese tiempo en el que yo estaba quieta en la puerta de entrada haciendo muecas él dejó de dar las clases y miraba, esperando que terminase el "espectáculo". Pero como no lo hacía me gritó: "¿Ya?". No terminó ahi todo. Para lograr llegar a mi destino donde mi amigo me esperaba, unas veinte personas tuvieron que levantarse de sus sillas, con el consiguiente ruido. A todo esto él seguía callado y mirando. Cuando, por fin, llegué, suspiró y continuó dando sus clases.

Sus clases eran las mejores y más útiles de la carrera. Tenía como un sexto sentido para darse cuenta de lo que realmente le preguntaban y lo que necesitabas para entenderlo. Había otros profesores con más "seguidores", a los que les gustaban los alumnos "pelotas", o los que intentan dar la imagen de "coleguita". Él mantenía muy claramente las distancias. Era el único profesor que cuando pasaba una chica mona delante no se quedaba mirando, embobado. Bueno, sí, una vez. Pero fue para llamarle la atención por haber llegado tan tarde.

Tenía (y tiene) una sensibilidad muy especial con sus pacientes. Nos trajo algunos y le adoraban. Si hacía falta no les cobraba, o les cobraba menos. Incluso llegó a contarnos el sufrimiento de una de ellas, emocionado. Un amigo mío me decía que no era de sus profesores favoritos porque lo veía muy frío, distante. Comentábamos que era demasiado serio y formal. Pero yo contestaba que todo el mundo tiene su parte divertida, que era normal mostrarte responsable con tu trabajo. Para mi era algo de admirar y, sobre todo, algo honrado no dárselas de "profe guay".

Un día mi madre enfermó y en quién mejor que él podía pensar. Fui a su despacho y le pedí ayuda. Tenía mucho trabajo pero pudo hacer un hueco para tratarla. Desde ese momento la relación fue un tanto extraña. Habíamos cruzado cuatro palabras y, sin embargo, por mi madre, teníamos mucha información de ambos. Lo que nunca sabré es qué tipo de información tuvo él de mi. Es difícil esconder los defectos cuando las personas que viven contigo los cuentan.

Y con la sensación extraña de que sabemos muchas cosas de nosotros pero, en realidad, no hemos hablado, lo veía por la facultad, siempre me saludaba contento, y empecé a preguntarle dudas de la asignatura por email. Imaginé que, con el tiempo que tenía, no dedicaría mucho a mis dudas. Pero no fue así. Me envió tres folios con una amplia explicación y comentarios sobre mis preguntas. Años después aún los guardo como un tesoro. Fueron las mejores explicaciones que me han dado nunca y todavía me sirven para resolver otras nuevas dudas que surgen.

Como ya cogí la costumbre de tenerle como diccionario particular de la carrera, una vez se me acumularon demasiadas preguntas, así que el propuso que comiéramos juntos. Con la sonrisa en los labios, pero cada uno muy en el papel. Yo de alumna-hija, él de profesional-maestro. Había ratos de silencios incómodos que yo rellenaba haciendo el ridículo, diciendo cosas de las que luego me arrepentiría o, simplemente, en las que no estaba de acuerdo, sólo por hacer mejor el papel. Salimos del restaurante, no se lleva tantos años conmigo, pero en ese momento me parecía mi padre. Hablando sólo de la carrera, los problemas y deberes, y con costumbres de alguien mucho mayor. Nos despedimos así en general, como los que se despiden sin saber si se volverán a ver.

Seguí escribiéndole emails, felicitándole las navidades, preguntándole dudas... Yo no podía olvidarme porque lo sentía mi modelo profesional a seguir. Con la poca información de la que disponemos al salir de la carrera y viendo delante mía tan claramente lo que quiero hacer en mi futuro, siempre lo he tenido agarrado como mi última barra ardiendo. Y me fastidiaba ver como gente de mi misma promoción estaban trabajando o ampliando su formación gracias a él. Me preguntaba (y me pregunto) qué han hecho estas personas para que él hubiese pensado en ellos y no en mi. Mi respuesta siempre era que los otros valían más que yo. Pero entonces recordaba que en su asignatura saqué matrícula de honor y escribió en lápiz que yo apuntaba maneras. Incluso me regaló un libro. Pero entonces...¿porqué no me confió ninguna tarea?. Lo que se me venía a la cabeza era que eso lo hizo por pena, o cariño, por el roce con mi madre, pero que a la hora de la verdad, si tenía que pensar en alguien para trabajar, no lo hacía en mi.

Con esa sensación medio de frustración, medio de esperanza de por lo menos tener una puerta abierta en algún lado, continué durante años, en los que le veía por la facultad, nos saludábamos y poco más. Hasta que un día, en respuesta a un nuevo email mio de dudas, me propuso echarle una mano para vigilar que no copiasen en un examen. Sin dudarlo un segundo me apunté.
Al principio pintaba menos que una cabra en un garaje. No sabía dónde meterme ni qué hacer. En un momento no cabían los alumnos en las aulas y fui a decírselo. Me respondío con un ya-ya muy enfadado, como si ya se lo hubieran dicho veinte veces. Me planteé qué hacía yo alli. Éramos tres profesores y tres antiguas alumnas. Él se pasaba de vez en cuando y nos decía "qué divertido". Yo le sonreía y le decía que sí, que para mi, que era la primera vez, sí era divertido, era curioso ver todo desde otro punto de vista al que estás acostumbrado a verlo. Al finalizar el examen vino y, en voz baja, nos dijo que ya había mucha gente, que si queríamos que nos fuéramos. Todas las alumnas nos preguntábamos hasta qué punto quería él que nos quedásemos o lo decía por quedar bien. Al final nos decidimos las tres a comer juntos. Fuimos a un bar, tomamos unas cervecitas y las profesoras se fueron. Estábamos sólo las alumnas y él. Le llamaron por teléfono y era un amigo suyo. Por lo visto se había olvidado de que había quedado con él para comer. Al rato el amigo se presentó y tomamos todos unas tapitas. Hablamos de muchas cosas. Él incluso llegó a contarnos chistes, anécdotas de la mili (que es donde conoció a su amigo), nos enseñó las fotos de sus hijas y confesó que se había separado y que lo había pasado muy mal. Yo creía que estaba en un sueño. El profe del que mi amigo decía que era frío y distante, hablandome como viejo conocido, contando que no iba a clase los primeros años de facultad... Aunque en realidad no puedo decir que me sorprendiera, me lo imaginaba más parecido a esta situación que a la que me acostumbré a verle.
Había cosas que me dejaban un poco "pillada". Sitio al que voy, sitio que pido ensaladilla. Y eso fue lo que se pidió. No me gustan los cubatas y lo que no sea cerveza, excepto Martini blanco (lo que él bebió). Nos enseñó la grabación en su móvil de un cuarteto de cuerda tocando "Por una cabeza". De mis canciones favoritas. Tuve que hacer un esfuerzo enorme por disimular mi opinión, hubiera quedado como la mayor pelota del mundo. "Sí, ensaladilla yo también, y Martini, es una de mis canciones favoritas...".
Mi madre contó que un día le dijo que habían ido a ver una ópera, "Manon Lescaut", él la tarareó (casi cantó) y hablaron de Puccini. Fue el día que más emocionado le vio, ella utilizó la palabra "apasionado".
El día del examen hice una foto de todos los que estábamos. Tan bien nos lo pasamos. Se la mandé esa misma semana y espero contestación...

01 febrero 2008

He hecho cosas en la vida, supongo que sí.
He tenido amigos, amores, momentos.
He amado más de lo que me han amado.
Si por mí fuese hubiera amado hasta al diablo.
Los mayores dolores no han sido los del amor,
sino los de la ausencia del amor y sus huellas.
En nadie he visto a esa persona que mira como lo miro.
En muchos he creido ver algo para mi,
pero pasaron de largo.
Cada vez tienen menos importancia las desilusiones,
me traicionaron amigos y tuve que perdonar.
Pero, al igual que el jarrón que se rompe,
por mucho que lo pegues después, algo se ha roto, pero en mi.
Ya no me enfado porque me hagan daño,
ya no reacciono siquiera si son seres queridos.
Pero durante un tiempo no me sale palabra.
Y lo peor es que nadie se percata, o lo ve extraño.
Me hago mayor y todo me sigue pareciendo lo mismo,
una mera ilusión de paréntesis, un punto suspensivo.
Ni siquiera me funciona lo que siempre lo hizo,
recordar los buenos momentos.
Los verdaderos paréntesis.
O imaginarme nuevos buenos momentos.
Me deja tal sensación de frustración
(mis fantasías son mejores de lo que nunca viviré)
que opté por abandonarlos.
Ahora me encuentro sola,
sola con un árido cerebro,
herida por todo,
sin ganas de defenderme ni luchar,
con unas ansias inmensas de amar,
y de vivir.