13 febrero 2008

La primera vez que cruzó una palabra conmigo fue para regañarme. Entré tarde a las clases y, no contenta con ello, me puse a hacer señas a mi amigo para que, desde la otra punta del aula, me fuese haciendo hueco. No me di cuenta de que todo ese tiempo en el que yo estaba quieta en la puerta de entrada haciendo muecas él dejó de dar las clases y miraba, esperando que terminase el "espectáculo". Pero como no lo hacía me gritó: "¿Ya?". No terminó ahi todo. Para lograr llegar a mi destino donde mi amigo me esperaba, unas veinte personas tuvieron que levantarse de sus sillas, con el consiguiente ruido. A todo esto él seguía callado y mirando. Cuando, por fin, llegué, suspiró y continuó dando sus clases.

Sus clases eran las mejores y más útiles de la carrera. Tenía como un sexto sentido para darse cuenta de lo que realmente le preguntaban y lo que necesitabas para entenderlo. Había otros profesores con más "seguidores", a los que les gustaban los alumnos "pelotas", o los que intentan dar la imagen de "coleguita". Él mantenía muy claramente las distancias. Era el único profesor que cuando pasaba una chica mona delante no se quedaba mirando, embobado. Bueno, sí, una vez. Pero fue para llamarle la atención por haber llegado tan tarde.

Tenía (y tiene) una sensibilidad muy especial con sus pacientes. Nos trajo algunos y le adoraban. Si hacía falta no les cobraba, o les cobraba menos. Incluso llegó a contarnos el sufrimiento de una de ellas, emocionado. Un amigo mío me decía que no era de sus profesores favoritos porque lo veía muy frío, distante. Comentábamos que era demasiado serio y formal. Pero yo contestaba que todo el mundo tiene su parte divertida, que era normal mostrarte responsable con tu trabajo. Para mi era algo de admirar y, sobre todo, algo honrado no dárselas de "profe guay".

Un día mi madre enfermó y en quién mejor que él podía pensar. Fui a su despacho y le pedí ayuda. Tenía mucho trabajo pero pudo hacer un hueco para tratarla. Desde ese momento la relación fue un tanto extraña. Habíamos cruzado cuatro palabras y, sin embargo, por mi madre, teníamos mucha información de ambos. Lo que nunca sabré es qué tipo de información tuvo él de mi. Es difícil esconder los defectos cuando las personas que viven contigo los cuentan.

Y con la sensación extraña de que sabemos muchas cosas de nosotros pero, en realidad, no hemos hablado, lo veía por la facultad, siempre me saludaba contento, y empecé a preguntarle dudas de la asignatura por email. Imaginé que, con el tiempo que tenía, no dedicaría mucho a mis dudas. Pero no fue así. Me envió tres folios con una amplia explicación y comentarios sobre mis preguntas. Años después aún los guardo como un tesoro. Fueron las mejores explicaciones que me han dado nunca y todavía me sirven para resolver otras nuevas dudas que surgen.

Como ya cogí la costumbre de tenerle como diccionario particular de la carrera, una vez se me acumularon demasiadas preguntas, así que el propuso que comiéramos juntos. Con la sonrisa en los labios, pero cada uno muy en el papel. Yo de alumna-hija, él de profesional-maestro. Había ratos de silencios incómodos que yo rellenaba haciendo el ridículo, diciendo cosas de las que luego me arrepentiría o, simplemente, en las que no estaba de acuerdo, sólo por hacer mejor el papel. Salimos del restaurante, no se lleva tantos años conmigo, pero en ese momento me parecía mi padre. Hablando sólo de la carrera, los problemas y deberes, y con costumbres de alguien mucho mayor. Nos despedimos así en general, como los que se despiden sin saber si se volverán a ver.

Seguí escribiéndole emails, felicitándole las navidades, preguntándole dudas... Yo no podía olvidarme porque lo sentía mi modelo profesional a seguir. Con la poca información de la que disponemos al salir de la carrera y viendo delante mía tan claramente lo que quiero hacer en mi futuro, siempre lo he tenido agarrado como mi última barra ardiendo. Y me fastidiaba ver como gente de mi misma promoción estaban trabajando o ampliando su formación gracias a él. Me preguntaba (y me pregunto) qué han hecho estas personas para que él hubiese pensado en ellos y no en mi. Mi respuesta siempre era que los otros valían más que yo. Pero entonces recordaba que en su asignatura saqué matrícula de honor y escribió en lápiz que yo apuntaba maneras. Incluso me regaló un libro. Pero entonces...¿porqué no me confió ninguna tarea?. Lo que se me venía a la cabeza era que eso lo hizo por pena, o cariño, por el roce con mi madre, pero que a la hora de la verdad, si tenía que pensar en alguien para trabajar, no lo hacía en mi.

Con esa sensación medio de frustración, medio de esperanza de por lo menos tener una puerta abierta en algún lado, continué durante años, en los que le veía por la facultad, nos saludábamos y poco más. Hasta que un día, en respuesta a un nuevo email mio de dudas, me propuso echarle una mano para vigilar que no copiasen en un examen. Sin dudarlo un segundo me apunté.
Al principio pintaba menos que una cabra en un garaje. No sabía dónde meterme ni qué hacer. En un momento no cabían los alumnos en las aulas y fui a decírselo. Me respondío con un ya-ya muy enfadado, como si ya se lo hubieran dicho veinte veces. Me planteé qué hacía yo alli. Éramos tres profesores y tres antiguas alumnas. Él se pasaba de vez en cuando y nos decía "qué divertido". Yo le sonreía y le decía que sí, que para mi, que era la primera vez, sí era divertido, era curioso ver todo desde otro punto de vista al que estás acostumbrado a verlo. Al finalizar el examen vino y, en voz baja, nos dijo que ya había mucha gente, que si queríamos que nos fuéramos. Todas las alumnas nos preguntábamos hasta qué punto quería él que nos quedásemos o lo decía por quedar bien. Al final nos decidimos las tres a comer juntos. Fuimos a un bar, tomamos unas cervecitas y las profesoras se fueron. Estábamos sólo las alumnas y él. Le llamaron por teléfono y era un amigo suyo. Por lo visto se había olvidado de que había quedado con él para comer. Al rato el amigo se presentó y tomamos todos unas tapitas. Hablamos de muchas cosas. Él incluso llegó a contarnos chistes, anécdotas de la mili (que es donde conoció a su amigo), nos enseñó las fotos de sus hijas y confesó que se había separado y que lo había pasado muy mal. Yo creía que estaba en un sueño. El profe del que mi amigo decía que era frío y distante, hablandome como viejo conocido, contando que no iba a clase los primeros años de facultad... Aunque en realidad no puedo decir que me sorprendiera, me lo imaginaba más parecido a esta situación que a la que me acostumbré a verle.
Había cosas que me dejaban un poco "pillada". Sitio al que voy, sitio que pido ensaladilla. Y eso fue lo que se pidió. No me gustan los cubatas y lo que no sea cerveza, excepto Martini blanco (lo que él bebió). Nos enseñó la grabación en su móvil de un cuarteto de cuerda tocando "Por una cabeza". De mis canciones favoritas. Tuve que hacer un esfuerzo enorme por disimular mi opinión, hubiera quedado como la mayor pelota del mundo. "Sí, ensaladilla yo también, y Martini, es una de mis canciones favoritas...".
Mi madre contó que un día le dijo que habían ido a ver una ópera, "Manon Lescaut", él la tarareó (casi cantó) y hablaron de Puccini. Fue el día que más emocionado le vio, ella utilizó la palabra "apasionado".
El día del examen hice una foto de todos los que estábamos. Tan bien nos lo pasamos. Se la mandé esa misma semana y espero contestación...

3 Comentarios:

Blogger . dijo...

Me gustó. Mucho. Saludos.

2:08 p. m.  
Blogger simalme dijo...

Gracias, Pablo. Me alegro que pases por aqui.

10:11 p. m.  
Blogger Bato dijo...

Que bella historia. Es apasionante el mundo de la relación profesor-alumno.Creo que ustedes, los que ven el asunto de por qué somos como somos, entienden mejor por qué.

saludos

10:37 p. m.  

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