Era lo más bonito del panorama. Yo miraba, él miraba, yo bailaba, él bebía. Hasta que, según fueron andando los segundos, se acercaba su espacio al mio, casi sin un movimiento. Cuando ya estaban al lado, él y un amigo mucho más bajito y musculoso, Pili les pidió fuego. El amigo "maddelman" se lo dió, mientras él aprovechó para decirme su nombre y preguntarme el mio. Alejandro. Resulta que su hermana era una antigua compañera de facultad. Se sentaron, uno a mi derecha y otro a mi izquierda, hablamos de cine, me dieron por fin la clave de "Mulholland Drive", mientras Pili, con varias copas de más repetía que era "clavao" al Tato de los Jueves. Nos invitaron a su piso, comimos pizza y vimos un concierto de U2. Estando en eso apareció, a las 4 de la mañana, mi compañera de la facultad, me saludó muy contenta y se fue al piso de su novio.
Las 6 de la mañana, Alejandro se dormía encima de un palo, y Juancho contaba chistes y me peinaba en la oscuridad de "One". Decidimos quedarnos a dormir, Alejandro le dejó su habitación a Pili, y yo dormiría en la de Juancho. Como era arquitecto tenía el cuarto lleno de planos, mesas de dibujo y flexos. Muy educadamente, y con un beso en la mejilla, me "presentó" su hábitat natural, diciendo que podía coger lo que quisiera, y explicándome cómo funcionaba el cerrojo. Me cogió la mano y se fue a dormir a la habitación de un compañero que estaba de vacaciones de navidad. Hacía un frío tremendo, pero en su cama había una colcha de plumas, asi que me quité la ropa y me metí. Olía a jabón antiguo, todo el cuarto, y la almohada con un toque a colonia masculina. Aspiré hondo el aroma, pensando en que ojalá que estuviese ahi el dueño, y en esos ojos verdes tan oscuros.
Estaba a punto de dormirme cuando sonó el timbre de un móvil. Antes de darme cuenta de quien era, vi algo que vibraba a la vez a mi lado. Se había dejado el teléfono en su cuarto y le estaban llamando. Miré la hora, las 7, y decidí llevárselo. Me rodeé en una toalla que me había dejado a los pies de la cama, y llamé a su puerta. Dijeron un sí muy ahogado. Volví a llamar y ahora me abrieron la puerta. Ahí estaba el maddelman, en calzoncillos de pantalón corto, y con ojos de recién dormido. Toma, te están llamando. Cogió el móvil, me dispuse a irme pero me llamó, espera, espera. Dijo cuatro palabras, era para una entrevista de trabajo, colgó y me dijo que viniese. Se sentó en la cama y me agradeció que le hubiese traido el teléfono. Iba a decir algo cuando noté unas manos en la parte superior de mis piernas, por debajo de la toalla. Antes de poder reaccionar, ésta cayó a mis pies y, rodeándome la cintura me atrajo a la cama. Más que echarme, caí, en un estado de medio congelamiento supino, y él a mi lado, sin decaer un sólo instante su media sonrisa de pícaro que consigue lo que busca. Acercó una mano a mi pecho, sin tocar, a un milímetro, pero sintiendo el calor, como si fuese un experimento, y me dijo: si se te ponen los pelos de punta es que tu cuerpo me llama. Sonreí, y noté que mi cuerpo le decía que sí. Me cogió por las muñecas y metió su cabeza en el hueco entre el cuello y los hombros. Con sus labios acariciaba mi cara, los brazos, el vientre... Y besaba comiéndose el mundo, como si no abarcase, como si algo se agotase, rápido y pausado a la vez, con urgencia y deleitación. Sus tobillos enlazaban los míos, dábamos vueltas acompasadas, con un nudo invisible cuando, de pronto, se paró. Subió hasta la altura de mis ojos, mi miró con cara de asesino antes de cometer el pecado, y me besó. Todo su cuerpo se movía imitando aquel beso, en una coreografía íntima. Sentía su vientre chocando periodicamente con el mío, y me arqueé para que el choque fuese eterno. Aqui, quédate. Lo abracé con las piernas y, como si fuese a volverme loca, me agarraba las manos, para que no me fuese. Un pálpito como de hoguera nos devoró, derrochando gemidos, sudores y anhelos. Para evitar males mayores me tapó la boca, le mordí, se escaparon lágrimas de frustraciones, todo se paró, el reloj no marcó nada, una nube de tiempo nos inmortalizó, y sentí como se iba de mi. Jadeantes nos volvimos, y ahora me di cuenta de que alguien estaba llamando mi nombre. Era Pili. Me levanté, con la cara encendida, pero él me dijo que no me fuese. Tenía que irme. Me coloqué de nuevo la toalla, y antes de darme tiempo a cambiarme me vió Pili. Estaba echada en la cama de Alejandro, con el abrigo puesto, y encima de la colcha de la cama sin deshacer. Pili, ¿no has dormido?. Y con cara de resaca me repondió que ella quería dormir en su piso. Que no tendría que haberse quedado, lo hizo por mi. Su aliento a alcohol fermentado me dio la clave de todo, a Pili le sentaban fatal las borracheras, se ponía de mala leche, y desvariaba. Asi que decidimos irnos, a las ocho de la mañana. Alejandro seguía dormido en el sofá, no nos pudimos despedir de él. Juancho nos acompañó hasta la puerta y cuando ya estaba por salir me cogió del brazo y me dijo que si no le iba a dejar el teléfono ni nada. Sí, claro. Se lo di. Y a cinco pasos de su piso recibí un mensaje suyo: "Mi cama huele a ti, si llego a saber que hueles tan bien te hubiese traido antes. ¿Quedamos esta tarde?, ¿esta noche?...No hemos acabado."
Un año después lo vi en el mismo sitio. Iba con un chico y una chica, y no había ni rastro de Alejandro. Se lo dije a Pili. Mira quién está ahi. No se calló y fue a pedirle fuego, de nuevo. Él no la reconoció, así que se llevó un susto cuando escuchó "gracias, Juancho". Durante un segundo se quedó paralizado, sin saber qué hacer pero, cuando Pili ya se estaba yendo, la cogió del brazo, en esa actitud tan suya y que había repetido esa noche conmigo varias veces, y le dijo que de qué le conocía. Juancho, ¿te acuerdas de mi amiga?. Él no recordó, hasta que ella le dijo mi nombre. Sí, ¿dónde está, dónde está?. Juancho, ella no quiere verte. Por favor, dime dónde está, tengo que hablar con ella. Bueno, está detrás de esa escalera. Los vi venir, quise esconderme, pero no pude. Hola, cuánto tiempo. Sï. Me he acordado mucho de ti. No sé porqué te escondiste, ni porqué no querías quedar. No podía, Juancho. Pero por lo menos uno, no sé, o decirme algo. Bueno, ya da igual, ¿qué tal Alejandro?. Está en Cádiz. Yo he venido con un amigo y mi novia. Cuando te conocí tenía novia, pero iba a cortar con ella, te lo prometo. Ya se ve... Si me hubieras dado una esperanza siquiera. Ya da igual, Juancho, ya da igual.
Nos acompañó al taxi, y ya desde él le vi cómo volvía hacia sus amigos. Cabizbajo, y más pequeño de lo que era, estaba claro que ya no era el mismo. Acobardado, menudo y apático entró. Dejé de verle al traspasar la puerta, de la discoteca o del tiempo, ya no lo sé.