Una boda con las dos Españas
Se casó mi primo favorito. Triste porque era con el que siempre acababa. Esta vez haría de anfitrión y estaría pendiente de otras cosas.
Una vez nos hicieron unas fotos bailando. Toda la familia se quedó congelada, y sin ganas nada más que de vernos. Estábamos achispadillos, todos pensaron y nadie confesó que había algo entre él y yo. Pero no era así. Había algo, sí, complicidad, cariño, admiración, y quién sabe qué más.
Me sentaron con los hijos de mi prima. Tienen unos años menos que yo. El hermano mayor canta sevillanas, le encantan las romerías de la Virgen, conservador, engominado... Y el pequeño admira al Che, dedica la mitad del día que no trabaja a leer, aunque no tiene formación superior. Le encanta la filosofía, hablar de política, es muy flexible en sus opiniones, no le gusta ningún tipo de fanatismo. Estuve hablando con las dos Españas. La España de derechas era muy atractiva, rubia de ojos claros, realista, cantando en todas las mesas de la boda, escapándose en cuanto oía hablar de política, enfermedades... Emanaba un atractivo hechizante, carnal, nada intelectualizado, pero inevitable. La España de izquierdas era más sincera, con los sentimientos a flor de piel, se implicaba con todo y todos, solitario, observador, con un punto de melancolía.
A la hora del baile ambos se quedaron en retaguardia esperando. En cuanto moví un pie, el hermano mayor se me acercó, me cogió de la cintura, y se pegó algo más de lo necesario. No podía evitar dejarme arrastrar. Tenía un cuerpo grandioso pero acogedor, cálido. "No me lo puedo creer, es la primera vez que hago esto" (supuse que se refería a bailar un pasodoble). "Alguna vez tenía que ser la primera". De pasada vi a su hermano, mirando, en un rincón. Me acerqué, le cogí de la mano para sacarle, pero me dijo, ahora, ahora, y se me escapó. Horas después volvió, sin atreverse a bailar. "Me debes una, te me has escapado". Sonrió, y nos pusimos a bailar. Pero no como con el hermano. Separados, sin rozarnos, parapetados en el sentido del humor, haciendo parodia de todo y riéndonos. Duró poco, su timidez superó a los grados de alcohol.
En un momento fui a la barra y me los encontré a los dos juntos. Supongo que todos con más bebida en el cuerpo que horas antes. Se me acercó el hermano pequeño, me miró fijamente, y me soltó "qué guapa eres", disparándolo casi agresivamente.
Al hermano mayor no lo ví irse, no se despidió. Por otros me enteré que estaba rondando, como esperando el momento idóneo, pero no llegó a acercarse.
El hermano menor me abrazó, hablamos sobre algo enlazado con una de nuestras conversaciones anteriores, cogidos de la mano todo ese tiempo. Y nos despedimos como si fuésemos a vernos al día siguiente, costando desenlazar las manos.
Una vez nos hicieron unas fotos bailando. Toda la familia se quedó congelada, y sin ganas nada más que de vernos. Estábamos achispadillos, todos pensaron y nadie confesó que había algo entre él y yo. Pero no era así. Había algo, sí, complicidad, cariño, admiración, y quién sabe qué más.
Me sentaron con los hijos de mi prima. Tienen unos años menos que yo. El hermano mayor canta sevillanas, le encantan las romerías de la Virgen, conservador, engominado... Y el pequeño admira al Che, dedica la mitad del día que no trabaja a leer, aunque no tiene formación superior. Le encanta la filosofía, hablar de política, es muy flexible en sus opiniones, no le gusta ningún tipo de fanatismo. Estuve hablando con las dos Españas. La España de derechas era muy atractiva, rubia de ojos claros, realista, cantando en todas las mesas de la boda, escapándose en cuanto oía hablar de política, enfermedades... Emanaba un atractivo hechizante, carnal, nada intelectualizado, pero inevitable. La España de izquierdas era más sincera, con los sentimientos a flor de piel, se implicaba con todo y todos, solitario, observador, con un punto de melancolía.
A la hora del baile ambos se quedaron en retaguardia esperando. En cuanto moví un pie, el hermano mayor se me acercó, me cogió de la cintura, y se pegó algo más de lo necesario. No podía evitar dejarme arrastrar. Tenía un cuerpo grandioso pero acogedor, cálido. "No me lo puedo creer, es la primera vez que hago esto" (supuse que se refería a bailar un pasodoble). "Alguna vez tenía que ser la primera". De pasada vi a su hermano, mirando, en un rincón. Me acerqué, le cogí de la mano para sacarle, pero me dijo, ahora, ahora, y se me escapó. Horas después volvió, sin atreverse a bailar. "Me debes una, te me has escapado". Sonrió, y nos pusimos a bailar. Pero no como con el hermano. Separados, sin rozarnos, parapetados en el sentido del humor, haciendo parodia de todo y riéndonos. Duró poco, su timidez superó a los grados de alcohol.
En un momento fui a la barra y me los encontré a los dos juntos. Supongo que todos con más bebida en el cuerpo que horas antes. Se me acercó el hermano pequeño, me miró fijamente, y me soltó "qué guapa eres", disparándolo casi agresivamente.
Al hermano mayor no lo ví irse, no se despidió. Por otros me enteré que estaba rondando, como esperando el momento idóneo, pero no llegó a acercarse.
El hermano menor me abrazó, hablamos sobre algo enlazado con una de nuestras conversaciones anteriores, cogidos de la mano todo ese tiempo. Y nos despedimos como si fuésemos a vernos al día siguiente, costando desenlazar las manos.