Respiro hondo
Acabo de llegar al cuarto. Estoy sola. Me desnudo, me ducho, huelo el suavizante de las bragas, me las pongo y me acuesto. Apago la luz y los rayos azulados de la luna llena tiñen de celeste y negro la habitación. Las cortinas se mueven lentas, al ritmo, recapacitando. No hace frío, pero me acurruco entre las sábanas. Hoy no pude verte, pero no me entristece. Qué más da unas horas. Después de tantos meses, minutos y años. Respiro hondo, imagino que ya estás conmigo y, sonriendo, me duermo.
Una puerta se abre y entra una sombra por el pasillo. No vuelvo la cara para verte. Me callo para no escuchar tu voz. Sólo cierro los ojos y te espero. Entre las sábanas me abrazas. Aún no sé cómo es tu cara. Pero reconozco tu olor como de lejos. Respiro hondo y el calor sube por mis piernas, desde tus pies a mis manos. Nos quedamos quietos, muy quietos. Presiono tu mano, en mi cintura enlazada por tus brazos. Y dormimos...
Una puerta se abre y entra una sombra por el pasillo. No vuelvo la cara para verte. Me callo para no escuchar tu voz. Sólo cierro los ojos y te espero. Entre las sábanas me abrazas. Aún no sé cómo es tu cara. Pero reconozco tu olor como de lejos. Respiro hondo y el calor sube por mis piernas, desde tus pies a mis manos. Nos quedamos quietos, muy quietos. Presiono tu mano, en mi cintura enlazada por tus brazos. Y dormimos...