16 octubre 2009

Gris oscuro, sombra siempre.
Comienza el otoño mortal,
la edad del invierno adelanta
y todo se para comprimido,
expectante de la muerte.


Como sangre de herida abierta
renace, a veces, tu rostro.
Despierta los rincones más dormidos,
envueltos en muerte de ausencia.

Vela aparecida en ceguera,
beso en cotidiana boca de lobo.
Evocando, esperando,
evadiendo un presente
negro como razón de lágrima.


Y arrastramos voces simultáneas
calando, fuera, soledades por matar,
tú hoy brecha abierta de
mis días, yo, en inmaculada
rutina, sin despedida,
en el eco inmundo que maquillar.

Hablar al oído

A veces consigo callarme,
agachar la cabeza y no ver.
Pero hay días,
hay días en los que te pienso.
Días en los que no logro acostumbrarme,
en que pesa hasta respirar
y duele la uña del pie.
Días en los que mi soledad
me habla al oído,
me recuerda que todo es mentira,
que muchas vidas ya están hechas,
que la gente ríe y yo sólo
me hago.
Días en que te obligas a barrer
el futuro, y el presente
se hace tan grande como un monstruo.
Días en los que miro y remiro tus fotos,
llorando,
acaricio tu cara y te hablo al oído
para decirte que ya no,
que más no,
mañana volveré a creer que,
al menos en parte,
te tengo.
Pero hoy no, hoy es uno de esos días
en los que mi soledad me habla al oído,
y el presente me cuenta sólo verdades.