Iba ella con la bici por el casco antiguo del pueblo cuando vio a un viejo compañero de clase. Le estaba preguntando por su vida cuando llegó su carpintero, el que le estaba poniendo las puertas, que resultaba que también conocía al amigo. En cuanto se acercó le dio un manotazo en el pecho, mitad por enfado, mitad por ganas, tan amplios y todo tan negro que era como Cristo delante de Santo Tomás, había que tocar. Y antes de que ella hablase contestó él. Es verdad, es verdad, perdona, no he ido a poner las puertas porque no tengo tiempo, estoy en casa de la duquesa restaurando sus muebles y no me deja ni respirar. Ella sabía que no era totalmente cierto, sabía que le encantaba dormir hasta tarde, y que de jueves a lunes no trabajaba ni podías contactar con él. Pero sólo le contestó... con un risa de niña tonta, como si no escuchase o no le importase en realidad las puertas. Ella misma se asustó de esa reacción, se llamó pazguata, pava, inútil, niñata... y demás sinónimos. Pero el compañero de clase habló, se cambió de tema, y se encontraron los tres paseando por el empedrado y las casas antiguas del centro, mientras hablaban animadamente, como si hubiesen sido amigos de toda la vida. Tan buen ambiente había que el carpintero les invitó a comer a su casa. Ella no quería, sabía que vivía con su novia, y que iban a molestar si iban. Pero el amigo, entre súplicas y chantajes emocionales del tipo, no nos vamos a volver a ver más en la vida, venga, entonces es que no quieres despedirte de nosotros, que eres una antipática... Y el carpintero, con sus risas y carcajadas, la animaron a ir. Con la condición de que sólo fuese una cervecita.
En cuanto llegaron, la novia, una chica gruesa y que parecía la madre de él, les puso una cerveza con cara de cartón. No se había equivocado al no querer ir, se notaba que estaba deseando que se fueran. La situación mejoró un poco cuando al rato llegó una amiga de la novia y se hicieron dos grupos. El carpintero les hizo de comer a todos, mientras la novia hablaba con la amiga en otra habitación con la excusa de que le tenía que enseñar algo. Para comer sí se juntaron los cinco, aunque sólo se oían a los hombres. No se sabe si por celos, o por casualidad, la novia pasó por detrás de ella cuando quitaba la mesa y en un momento "le tiró" encima el guiso entero. Sin saber qué hacer, se puso a limpiarse con una servilletita, pero restos de carne y de patatas enteras seguían entre sus ropas. La novia se ofreció a dejarle sus peores ropas, y le aconsejaron que se fuera a ducharse. Se metió en el baño, y estaba desnuda cuando llamaron a la puerta. Abrió cinco centímetros y aparecieron unas toallas. Ah¡ gracias, es verdad, no había. Abre, le dijo alguien. Ya he cogido las toallas, gracias, no me hace falta nada más. Abre, volvieron a repetir. Era el carpintero. Miró por la pequeña ranura de la puerta y vio que estaba desnudo. Aprovechando su desconcierto (por no decir congelamiento) él dio un portazo y se metió. La miró, la cogió de la mano, y se metieron en la ducha. Sólo recuerda sus enormes pectorales, la piel morena como de indio, los ojos negros enormes, mitad del rostro ocupaban, y el pelo negro y espeso como la muerte. Y cómo caían las gotas de agua aceituna y oro, resbalando.
Salió primero él, sin tapar nada, ni vergüenza, ni culpa. Ella seguía en estado de shock. No podía creerse lo que estaba viendo. Se decía que intentaría recordar esto toda su vida para no olvidar que la vida te puede sorprender cuando menos te lo esperas,y que de un momento a otro puede dar mil vueltas. Pero tenía que salir de ahi. Ellos habían estado aqui y la novia a cien metros. Pero tenía que dejar pasar un tiempo hasta que se le bajaran los colores de la actividad y la vergüenza. Salió vestida con un vestido de la novia, como de anciana, y lo que más le extrañó era la actitud de él. Parecía que no había pasado nada, la trataba como si no existiera. La novia seguía con su amiga, por lo que suponía que no se habría enterado de nada, pero su amigo había estado solo ese tiempo. No vio nada raro, sin embargo. Estaba escuchando Billy Holiday entre cerveza y cerveza. Ella pensó que lo más adecuado era poner pies de por medio, y nadie se lo impidió. Casi ni la despidieron. ¿Era otra escena, de otro libro, con otro argumento totalmente distinto?.
Iba medio zombie por el pueblo cuando pasó por un bar y en el escaparate había tres fotos suyas, de cuando tenía unos tres años. Sí, fotos de ella, de pequeña, en una tabernucha. Se quedó mirando a ver si averiguaba algo y vio a sus padres dentro, riendo y hablando. Les iba preguntar por las fotos cuando su madre le dijo, ¿dónde has estado?, tu novio te está buscando. Pensó en irse corriendo con la bici, para relajarse en un lugar lejano antes de verle y antes de que la viese o notase algo raro. Pero se dió cuenta de que la bici no estaba. Se la había dejado en casa del carpintero. Y lo que menos quería ahora era volver por allí. Sin pensar en nada se puso a correr y salió del pueblo... Huía de un hombre de negro, con los ojos negros y la camisa abierta, con el pecho dorado y las pupilas del tamaño de una nuez...
En cuanto llegaron, la novia, una chica gruesa y que parecía la madre de él, les puso una cerveza con cara de cartón. No se había equivocado al no querer ir, se notaba que estaba deseando que se fueran. La situación mejoró un poco cuando al rato llegó una amiga de la novia y se hicieron dos grupos. El carpintero les hizo de comer a todos, mientras la novia hablaba con la amiga en otra habitación con la excusa de que le tenía que enseñar algo. Para comer sí se juntaron los cinco, aunque sólo se oían a los hombres. No se sabe si por celos, o por casualidad, la novia pasó por detrás de ella cuando quitaba la mesa y en un momento "le tiró" encima el guiso entero. Sin saber qué hacer, se puso a limpiarse con una servilletita, pero restos de carne y de patatas enteras seguían entre sus ropas. La novia se ofreció a dejarle sus peores ropas, y le aconsejaron que se fuera a ducharse. Se metió en el baño, y estaba desnuda cuando llamaron a la puerta. Abrió cinco centímetros y aparecieron unas toallas. Ah¡ gracias, es verdad, no había. Abre, le dijo alguien. Ya he cogido las toallas, gracias, no me hace falta nada más. Abre, volvieron a repetir. Era el carpintero. Miró por la pequeña ranura de la puerta y vio que estaba desnudo. Aprovechando su desconcierto (por no decir congelamiento) él dio un portazo y se metió. La miró, la cogió de la mano, y se metieron en la ducha. Sólo recuerda sus enormes pectorales, la piel morena como de indio, los ojos negros enormes, mitad del rostro ocupaban, y el pelo negro y espeso como la muerte. Y cómo caían las gotas de agua aceituna y oro, resbalando.
Salió primero él, sin tapar nada, ni vergüenza, ni culpa. Ella seguía en estado de shock. No podía creerse lo que estaba viendo. Se decía que intentaría recordar esto toda su vida para no olvidar que la vida te puede sorprender cuando menos te lo esperas,y que de un momento a otro puede dar mil vueltas. Pero tenía que salir de ahi. Ellos habían estado aqui y la novia a cien metros. Pero tenía que dejar pasar un tiempo hasta que se le bajaran los colores de la actividad y la vergüenza. Salió vestida con un vestido de la novia, como de anciana, y lo que más le extrañó era la actitud de él. Parecía que no había pasado nada, la trataba como si no existiera. La novia seguía con su amiga, por lo que suponía que no se habría enterado de nada, pero su amigo había estado solo ese tiempo. No vio nada raro, sin embargo. Estaba escuchando Billy Holiday entre cerveza y cerveza. Ella pensó que lo más adecuado era poner pies de por medio, y nadie se lo impidió. Casi ni la despidieron. ¿Era otra escena, de otro libro, con otro argumento totalmente distinto?.
Iba medio zombie por el pueblo cuando pasó por un bar y en el escaparate había tres fotos suyas, de cuando tenía unos tres años. Sí, fotos de ella, de pequeña, en una tabernucha. Se quedó mirando a ver si averiguaba algo y vio a sus padres dentro, riendo y hablando. Les iba preguntar por las fotos cuando su madre le dijo, ¿dónde has estado?, tu novio te está buscando. Pensó en irse corriendo con la bici, para relajarse en un lugar lejano antes de verle y antes de que la viese o notase algo raro. Pero se dió cuenta de que la bici no estaba. Se la había dejado en casa del carpintero. Y lo que menos quería ahora era volver por allí. Sin pensar en nada se puso a correr y salió del pueblo... Huía de un hombre de negro, con los ojos negros y la camisa abierta, con el pecho dorado y las pupilas del tamaño de una nuez...