A Gabriel
"Ayer tuve un sueño precioso. Soñaba que era feliz. Que encontraba a una chica y no me cansaba de mirarla todos los días, ni de escucharla, ni de tenerla al lado. No me volvía a sentir solo nunca,y los problemas eran pequeños teniéndola al lado. Y esa chica...esa chica eras tú".
Se conocían hace años, del mismo grupo de amigos. Ella estaba saliendo con su mejor amigo, y él con alguien con muchos problemas. Pero a él le gustaba eso de ser padre de todos, el salvador o el hermano mayor. Siempre nos repetía, "no quiero ser bueno", cabreado. Pero lo era. Y no le gustaba que fuese algo tan obvio para todos. Nos contaba la historia de cuando estuvo metido en una pelea con su novia. Tal y como lo narraba parecía una historia de héroes y villanos, con princesa incluida. Resulta que él formaba parte de una de las pandillas más amplias y populares del pueblo. Había otro grupo que los odiaba, nunca he sabido porqué. Así que una noche hubo un encontronazo y la pelea se formó. Con la mala suerte de que su novia estaba metida dentro de los puñetazos e insultos. Aún a costa de sí mismo, él se metió en la boca del lobo, cruzando en medio de todos, para llevarse de ahi a su chica. Se llevó algún que otro golpe, hasta que la vio, la agarró del brazo y, mientras ella lloraba, se la llevó de alli cogiéndola en brazos.
Cuando se metían con alguien en la discoteca, ahí estaba él. Cuando le pedía dinero su amigo ludópata, ahí estaba él. Estaba inscrito en una universidad de una ciudad lejana, no estaba lo que quería estudiar cerca. Pero no fue porque su padre pegaba a la madre y no quería dejarla sola. Sus amigos eran casi todo el pueblo. Desde el drogadicto, hasta el pijo cocainómano, hasta el camarero humilde del bar de al lado... Pero, en todo ese tiempo, sus mejores amigos eran ellos. Había ido al colegio con él, y hacía de protector con ella cuando faltaba su novio. Conocía a mucha gente y todos le caían bien, pero con ellos había una conexión especial. Pasaban el día juntos, si no en casa de uno, del otro. Los tres estudiaban juntos, salían, charlaban, se contaban sus problemas... El novio de ella era más callado y serio, así que ellos dos eran los que siempre hablaban y hablaban. El otro se reía de ellos, que si charlatanes, que si loros, lo habláis todo, no vais a dejar nada para los demás años...
Y entonces llegó el verano. El novio de ella tenía que trabajar, así que no salían mucho. Pero un día ella se enfadó con él y le dijo, si tú no sales, muy bien, pero yo salgo. Y salió. Estaba todo su grupo, todo hombres, y ella. Él, como siempre, cogió el papel de protector. Quería estar con sus amigos pero no la dejaba ni un segundo. Ella, con el enfado, se había puesto a beber, y estaba achispadilla. Él lo sabía y menos se apartaba. Según iba pasando la noche ella se veía más y más fuera de lugar, triste y mareada. Hasta que llegó a un punto en el que sólo tenía ganas de llorar, ya borracha perdida. Le cogió de la manga (mitad para llamarle, mitad para no caerse) y le dijo que se iba. A lo que él, sorprendido, le preguntó que a dónde iba a ir a esas horas y sola. Ella entendió que él no la quería acompañar, y que se iría sola. Más aún se enfadó, y más ganas de llorar tuvo. Empezó a andar hacia la puerta de la discoteca, como pudo, y chilló que se iba, sin mirarle. Él se demoró un tiempo, le estaría explicando a los amigos algo, y corrió hacia ella. A dónde vas, loca, espérate. Claro que te iba a acompañar, pero es pronto, y creía que así te quedarías más tiempo...
Según iban hablando y andando a ella se le iba calmando como por arte de magia el enfado y la borrachera. Empezó a sentirse, si no alegre, tranquila, y sentía algo especial en aquel paseo de madrugada. Se sintió más confiada que nunca en decir lo que pensaba, era un momento extraordinario, y lo aprovechó. Le contó que nunca se había visto aceptada por los hombres, que a veces envidiaba a todo el mundo, que no quería darse cuenta de todo y que le hubiera encantado ser un poco más tonta. Él se reía con media sonrisa, como si todo eso le sonara, hasta que escuchó sus problemas con los hombres. Ahí pegó una patada al suelo, se le asomaron lágrimas y le dijo que no hablara más de eso. Ella pensaba que esa reacción era por exceso de alcohol, también en él, así que no le hizo caso y siguió. Tengo cara de niñata, así no le puedo parecer atractiva a nadie, si se lo he parecido a mi novio es porque es demasiado bueno, pero si aparece otra que... Él volvió a pegar una patada al suelo, y le gritó, tú eres tonta, que no atraes, dices, si tú supieras las ganas que tengo de besarte. Ella se quedó congelada, algo se le salió del cuerpo, como si se hubiese metido en una historia ajena, pero decició apreovecharla. Eso es mentira, lo dices por pena, no me besarías. La cogió de la cintura, se la acercó y la besó. El beso más dulce que se puede dar.
Ese día los padres de ella llamaron a su novio, a los vecinos, porque no llegó hasta las 9 de la mañana, embarrada. No se sabe qué dijo para disuadirlos o calmarlos, lo cierto es que no hubo consecuencias importantes.
El resto del verano se siguieron viendo, buscando cualquier rato a solas, y gastando todas las excusas habidas y por haber. Se iban en medio de una carretera con la moto, y veían pasar los coches desde una cueva escondida. O iban por las noches al campo viendo las estrellas de verano y ella se acurrucaba en su cuerpo mientras él decía que esto era la felicidad, y ella le respondía que ojalá no se acabase nunca.
Hicieron una fiesta en el campo y vino una amiga muy creída de ella. La tenía miedo, porque llamaba más la atención que ella, y porque pensaba que estando su amiga ahi, no iba a pintar nada. Pero se equivocó. Él le dijo que estando ella, su amiga no era nadie. Se rieron de la vanidad de la amiga y fue el hazmereir de todos. Se sentía más cerca que nunca de él. Esa noche pasearon por todo el pueblo de la mano, sin darse cuenta de que había gente y algo que tapar. Él ya iba a casa de ella solo, accediendo a sus impulsos, aún sabiendo que su familia lo iba a ver y que levantaría sospechas. Sus amigos se enteraron. La madre del novio de ella los vio. La mujer del kiosco le dijo que creía que eran gemelas, una que salía con un rubio, y otra con un moreno. La culpa, estando, les dejaba disfrutar de sus momentos juntos, no podían pensar, sólo dejarse llevar, sentir. En las fiestas del pueblo se cansaron de hacer el papel y cuando nadie se dio cuenta, la cogió de la mano y se fueron corriendo. Sin decir nada a nadie. Y riéndose por las calles estrechas mientras se escondían en los portales para besarse, abrazarse, o contarse un chiste.
Para no levantar sospechas iban solos por donde no podía verles nadie conocido. Quedaron en la ciudad de al lado para verse una noche. Durmieron juntos en la misma habitación que una compañera de ella. No quería despertar a nadie pero él le hacía cosquillas. Para vengarse le ponía los pies helados en las piernas. Y, como no, al final despertaban a la compañera. Y se reían a carcajadas los tres juntos. E inventaban motes para los conocidos.
Pasaron la noche los dos solos en discotecas, bailando, (qué raro un chico que le guste bailar), acariciándose, besándose, saltando, abrazándose y sin parar de reir. Volvieron al pueblo con la sensación de ser la última, el último algo. Miraban el amanecer desde el autobús, ella con la cabeza en el hombro de él, melancólicamente, pero serenos y plenos, con las manos entrelazadas.
A finales del verano decidieron aprovechar los días de calor que quedaban y fueron todo el grupo a la piscina, menos el novio de ella. Ya los demás se habían percatado de algo, así que, discretamente, no se separaban y, debajo de la mesa se acariciaban, y en la piscina él hacía que la hablaba, pero en un rincón la cogía de la cintura y la miraba fieramente, sin poder hacer más. Justo en ese momento escucharon una voz conocida. El novio. Y ellos pegados casi. No se dio cuenta, pero fue el principio del fin. La culpa ya tenía forma de rascacielos, y en un momento cualquiera, él se lo contó todo. Anteriormente a eso hablaron los dos de qué hacer. La cosa se estaba poniendo seria. Ella, llorando, le explicó que se sentía muy sola con él, que no se sentía querida, aunque supusiera que así era. Esperaba una reacción de enfado por parte de él. Era reconocer que no quería cambiar nada, y que no iba a dejar a su novio. Era más guapo que él, y ya estaba incluido en la familia. Esperaba que cambiase y, mientras, le encontró a él. Pero para su asombro, él le confesó que con lo que le había dicho la admiraba más que nunca. Porque había sido capaz de decirle toda la verdad, y porque era única en querer sentir tanto y, sólo por eso, tener problemas. A ella le arrancaron algo dentro para siempre. Alguien había escuchado cosas de ella que nunca había dicho, siquiera a sí misma. Era como si él hubiese abierto una ventanita para ver algo que ella misma no sabía que existía. Y lloró el alma en cada lágrima de felicidad reprimida.
Cuando el novio se enteró fue llorando a la casa de ella, una madrugada mientras dormía. Se abrazaron y mintieron. Él dijo que sería más expresivo, que estaría más pendiente de ella, y ella que lo del amigo no se volvería a repetir. Estaba segura en ese momento de que todo esto era cierto. Tenía una confianza inmensa en que ninguno de los dos la dejaría nunca. Era imposible. Se había llegado tan hondo que, por definición, eran inseparables, y lo serían siempre.
Se siguieron viendo en el mismo grupo, casi de la misma manera, con más desconfianza por parte del novio, pero poco más. Aún así una noche volvieron a estar solos. Fue cuando él, con voz temblorosa, y un rostro como con las luces de un cuadro Caravaggio, se le declaró. Estaban hablando de superficialidades, un poco más retraídos que anteriormente. Ella no le echaba en cara lo de haber dicho todo. Si no hubiera sido él, hubiera sido ella, tarde o temprano. Así que, con total tranquilidad charlaban de anécdotas y chistes. Ella contó que tenía unos sueños muy raros. Veía que se caía de una torre de un castillo y chillaba. Chillaba y chillaba hasta que estaba a punto de darse con el suelo. En ese momento se terminaba el sueño y ella se acordaba perfectamente de todo. O el de que se le caen los dientes, primero los nota muy flojos, sueltos, y se toca uno que baila ya en la encía. Hasta que de tanto tocárselo se le cae. Y así con todos los dientes y todo el sueño. Entonces él lo soltó. "Ayer tuve un sueño precioso. Soñaba que era feliz. Que encontraba a una chica y no me cansaba de mirarla todos los días, ni de escucharla, ni de tenerla al lado. No me volvía a sentir solo nunca,y los problemas eran pequeños teniéndola al lado. Y esa chica...esa chica eras tú".
Pensaba que no debía decirlo, había un pacto tácito en no gustarse seriamente. Ella ya le confesó que no iba a dejar al novio. ¿Para qué entonces le decía eso?. Entre el desacuerdo, el impacto, y la verguenza de no saber cómo reaccionar, se fue con los demás amigos y lo dejó apoyado en la barra esperando la respuesta. Estaba en su salsa, con tal declaración no quedaba más que disfrutarla a solas. "Esa chica eras tú. Me hacía feliz. No me cansaba de mirarla...". Así que él se cansó de esperar, le preguntó que si la acompañaba y ella le dijo que no, que la acompañaría otro amigo.
Días después se vieron, sí. Él, decepcionado, no la hablaba. Y ella, orgullosa, se decía que si todo eso era verdad, que se acercaría él. Pero no se acercó nadie.
Años después se volvieron a ver en la boda de un amigo común. Ella con su novio de siempre y ella con una chica mucho más mayor que él. Se hablaron todos friamente y él se cabreó porque no saludaron a su nueva novia.
Se conocían hace años, del mismo grupo de amigos. Ella estaba saliendo con su mejor amigo, y él con alguien con muchos problemas. Pero a él le gustaba eso de ser padre de todos, el salvador o el hermano mayor. Siempre nos repetía, "no quiero ser bueno", cabreado. Pero lo era. Y no le gustaba que fuese algo tan obvio para todos. Nos contaba la historia de cuando estuvo metido en una pelea con su novia. Tal y como lo narraba parecía una historia de héroes y villanos, con princesa incluida. Resulta que él formaba parte de una de las pandillas más amplias y populares del pueblo. Había otro grupo que los odiaba, nunca he sabido porqué. Así que una noche hubo un encontronazo y la pelea se formó. Con la mala suerte de que su novia estaba metida dentro de los puñetazos e insultos. Aún a costa de sí mismo, él se metió en la boca del lobo, cruzando en medio de todos, para llevarse de ahi a su chica. Se llevó algún que otro golpe, hasta que la vio, la agarró del brazo y, mientras ella lloraba, se la llevó de alli cogiéndola en brazos.
Cuando se metían con alguien en la discoteca, ahí estaba él. Cuando le pedía dinero su amigo ludópata, ahí estaba él. Estaba inscrito en una universidad de una ciudad lejana, no estaba lo que quería estudiar cerca. Pero no fue porque su padre pegaba a la madre y no quería dejarla sola. Sus amigos eran casi todo el pueblo. Desde el drogadicto, hasta el pijo cocainómano, hasta el camarero humilde del bar de al lado... Pero, en todo ese tiempo, sus mejores amigos eran ellos. Había ido al colegio con él, y hacía de protector con ella cuando faltaba su novio. Conocía a mucha gente y todos le caían bien, pero con ellos había una conexión especial. Pasaban el día juntos, si no en casa de uno, del otro. Los tres estudiaban juntos, salían, charlaban, se contaban sus problemas... El novio de ella era más callado y serio, así que ellos dos eran los que siempre hablaban y hablaban. El otro se reía de ellos, que si charlatanes, que si loros, lo habláis todo, no vais a dejar nada para los demás años...
Y entonces llegó el verano. El novio de ella tenía que trabajar, así que no salían mucho. Pero un día ella se enfadó con él y le dijo, si tú no sales, muy bien, pero yo salgo. Y salió. Estaba todo su grupo, todo hombres, y ella. Él, como siempre, cogió el papel de protector. Quería estar con sus amigos pero no la dejaba ni un segundo. Ella, con el enfado, se había puesto a beber, y estaba achispadilla. Él lo sabía y menos se apartaba. Según iba pasando la noche ella se veía más y más fuera de lugar, triste y mareada. Hasta que llegó a un punto en el que sólo tenía ganas de llorar, ya borracha perdida. Le cogió de la manga (mitad para llamarle, mitad para no caerse) y le dijo que se iba. A lo que él, sorprendido, le preguntó que a dónde iba a ir a esas horas y sola. Ella entendió que él no la quería acompañar, y que se iría sola. Más aún se enfadó, y más ganas de llorar tuvo. Empezó a andar hacia la puerta de la discoteca, como pudo, y chilló que se iba, sin mirarle. Él se demoró un tiempo, le estaría explicando a los amigos algo, y corrió hacia ella. A dónde vas, loca, espérate. Claro que te iba a acompañar, pero es pronto, y creía que así te quedarías más tiempo...
Según iban hablando y andando a ella se le iba calmando como por arte de magia el enfado y la borrachera. Empezó a sentirse, si no alegre, tranquila, y sentía algo especial en aquel paseo de madrugada. Se sintió más confiada que nunca en decir lo que pensaba, era un momento extraordinario, y lo aprovechó. Le contó que nunca se había visto aceptada por los hombres, que a veces envidiaba a todo el mundo, que no quería darse cuenta de todo y que le hubiera encantado ser un poco más tonta. Él se reía con media sonrisa, como si todo eso le sonara, hasta que escuchó sus problemas con los hombres. Ahí pegó una patada al suelo, se le asomaron lágrimas y le dijo que no hablara más de eso. Ella pensaba que esa reacción era por exceso de alcohol, también en él, así que no le hizo caso y siguió. Tengo cara de niñata, así no le puedo parecer atractiva a nadie, si se lo he parecido a mi novio es porque es demasiado bueno, pero si aparece otra que... Él volvió a pegar una patada al suelo, y le gritó, tú eres tonta, que no atraes, dices, si tú supieras las ganas que tengo de besarte. Ella se quedó congelada, algo se le salió del cuerpo, como si se hubiese metido en una historia ajena, pero decició apreovecharla. Eso es mentira, lo dices por pena, no me besarías. La cogió de la cintura, se la acercó y la besó. El beso más dulce que se puede dar.
Ese día los padres de ella llamaron a su novio, a los vecinos, porque no llegó hasta las 9 de la mañana, embarrada. No se sabe qué dijo para disuadirlos o calmarlos, lo cierto es que no hubo consecuencias importantes.
El resto del verano se siguieron viendo, buscando cualquier rato a solas, y gastando todas las excusas habidas y por haber. Se iban en medio de una carretera con la moto, y veían pasar los coches desde una cueva escondida. O iban por las noches al campo viendo las estrellas de verano y ella se acurrucaba en su cuerpo mientras él decía que esto era la felicidad, y ella le respondía que ojalá no se acabase nunca.
Hicieron una fiesta en el campo y vino una amiga muy creída de ella. La tenía miedo, porque llamaba más la atención que ella, y porque pensaba que estando su amiga ahi, no iba a pintar nada. Pero se equivocó. Él le dijo que estando ella, su amiga no era nadie. Se rieron de la vanidad de la amiga y fue el hazmereir de todos. Se sentía más cerca que nunca de él. Esa noche pasearon por todo el pueblo de la mano, sin darse cuenta de que había gente y algo que tapar. Él ya iba a casa de ella solo, accediendo a sus impulsos, aún sabiendo que su familia lo iba a ver y que levantaría sospechas. Sus amigos se enteraron. La madre del novio de ella los vio. La mujer del kiosco le dijo que creía que eran gemelas, una que salía con un rubio, y otra con un moreno. La culpa, estando, les dejaba disfrutar de sus momentos juntos, no podían pensar, sólo dejarse llevar, sentir. En las fiestas del pueblo se cansaron de hacer el papel y cuando nadie se dio cuenta, la cogió de la mano y se fueron corriendo. Sin decir nada a nadie. Y riéndose por las calles estrechas mientras se escondían en los portales para besarse, abrazarse, o contarse un chiste.
Para no levantar sospechas iban solos por donde no podía verles nadie conocido. Quedaron en la ciudad de al lado para verse una noche. Durmieron juntos en la misma habitación que una compañera de ella. No quería despertar a nadie pero él le hacía cosquillas. Para vengarse le ponía los pies helados en las piernas. Y, como no, al final despertaban a la compañera. Y se reían a carcajadas los tres juntos. E inventaban motes para los conocidos.
Pasaron la noche los dos solos en discotecas, bailando, (qué raro un chico que le guste bailar), acariciándose, besándose, saltando, abrazándose y sin parar de reir. Volvieron al pueblo con la sensación de ser la última, el último algo. Miraban el amanecer desde el autobús, ella con la cabeza en el hombro de él, melancólicamente, pero serenos y plenos, con las manos entrelazadas.
A finales del verano decidieron aprovechar los días de calor que quedaban y fueron todo el grupo a la piscina, menos el novio de ella. Ya los demás se habían percatado de algo, así que, discretamente, no se separaban y, debajo de la mesa se acariciaban, y en la piscina él hacía que la hablaba, pero en un rincón la cogía de la cintura y la miraba fieramente, sin poder hacer más. Justo en ese momento escucharon una voz conocida. El novio. Y ellos pegados casi. No se dio cuenta, pero fue el principio del fin. La culpa ya tenía forma de rascacielos, y en un momento cualquiera, él se lo contó todo. Anteriormente a eso hablaron los dos de qué hacer. La cosa se estaba poniendo seria. Ella, llorando, le explicó que se sentía muy sola con él, que no se sentía querida, aunque supusiera que así era. Esperaba una reacción de enfado por parte de él. Era reconocer que no quería cambiar nada, y que no iba a dejar a su novio. Era más guapo que él, y ya estaba incluido en la familia. Esperaba que cambiase y, mientras, le encontró a él. Pero para su asombro, él le confesó que con lo que le había dicho la admiraba más que nunca. Porque había sido capaz de decirle toda la verdad, y porque era única en querer sentir tanto y, sólo por eso, tener problemas. A ella le arrancaron algo dentro para siempre. Alguien había escuchado cosas de ella que nunca había dicho, siquiera a sí misma. Era como si él hubiese abierto una ventanita para ver algo que ella misma no sabía que existía. Y lloró el alma en cada lágrima de felicidad reprimida.
Cuando el novio se enteró fue llorando a la casa de ella, una madrugada mientras dormía. Se abrazaron y mintieron. Él dijo que sería más expresivo, que estaría más pendiente de ella, y ella que lo del amigo no se volvería a repetir. Estaba segura en ese momento de que todo esto era cierto. Tenía una confianza inmensa en que ninguno de los dos la dejaría nunca. Era imposible. Se había llegado tan hondo que, por definición, eran inseparables, y lo serían siempre.
Se siguieron viendo en el mismo grupo, casi de la misma manera, con más desconfianza por parte del novio, pero poco más. Aún así una noche volvieron a estar solos. Fue cuando él, con voz temblorosa, y un rostro como con las luces de un cuadro Caravaggio, se le declaró. Estaban hablando de superficialidades, un poco más retraídos que anteriormente. Ella no le echaba en cara lo de haber dicho todo. Si no hubiera sido él, hubiera sido ella, tarde o temprano. Así que, con total tranquilidad charlaban de anécdotas y chistes. Ella contó que tenía unos sueños muy raros. Veía que se caía de una torre de un castillo y chillaba. Chillaba y chillaba hasta que estaba a punto de darse con el suelo. En ese momento se terminaba el sueño y ella se acordaba perfectamente de todo. O el de que se le caen los dientes, primero los nota muy flojos, sueltos, y se toca uno que baila ya en la encía. Hasta que de tanto tocárselo se le cae. Y así con todos los dientes y todo el sueño. Entonces él lo soltó. "Ayer tuve un sueño precioso. Soñaba que era feliz. Que encontraba a una chica y no me cansaba de mirarla todos los días, ni de escucharla, ni de tenerla al lado. No me volvía a sentir solo nunca,y los problemas eran pequeños teniéndola al lado. Y esa chica...esa chica eras tú".
Pensaba que no debía decirlo, había un pacto tácito en no gustarse seriamente. Ella ya le confesó que no iba a dejar al novio. ¿Para qué entonces le decía eso?. Entre el desacuerdo, el impacto, y la verguenza de no saber cómo reaccionar, se fue con los demás amigos y lo dejó apoyado en la barra esperando la respuesta. Estaba en su salsa, con tal declaración no quedaba más que disfrutarla a solas. "Esa chica eras tú. Me hacía feliz. No me cansaba de mirarla...". Así que él se cansó de esperar, le preguntó que si la acompañaba y ella le dijo que no, que la acompañaría otro amigo.
Días después se vieron, sí. Él, decepcionado, no la hablaba. Y ella, orgullosa, se decía que si todo eso era verdad, que se acercaría él. Pero no se acercó nadie.
Años después se volvieron a ver en la boda de un amigo común. Ella con su novio de siempre y ella con una chica mucho más mayor que él. Se hablaron todos friamente y él se cabreó porque no saludaron a su nueva novia.
2 Comentarios:
Pedro que precioso relato!!
Calidad, calidez y el entramado tan tuyo...
Soy reiterativo si te digo que me encanta como escribis?.
Si?,no importa.
Infinitas gracias, Rodolfo, no sabes lo que significa para mi esas palabras. Gracias
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