19 septiembre 2008

Los mareados

Había quedado con alguien. Después de mucho tiempo sola, sin amor ni amantes, decidió apostar por él y se jugó los cuartos. Le escribió (¿Baudelaire y Nietzche, es posible?). Aunque parecía increíble, contestó (sí, y Victor Hugo). Le duró una semana la sorpresa y se sintió feliz y especial como ninguna. Contó los días para su cita. Recordaba su cuerpo, sus gestos e imaginaba un esperanzador futuro al lado de un hombre atractivo, inteligente y sensible. Y quién sabe si con el tiempo, incluso, llegase a amarla. De partida, al menos, la había contestado.
Habían quedado en Ítaca. Una ciudad que ella había visitado hace algunos años con un antiguo amor. No la había pisado antes, ni la volvió a pisar después. La recordaba mágica, con señales románticas y personales, todas relacionadas con ella y su amor, por todos lados. Era como si hubiesen hecho un sitio en el mundo dedicado a ellos dos con signos irrefutables de que les auguraba una felicidad eterna. Una escultura con unas manos enlazadas, el monumento a los enamorados, rastros de un tiempo en el que, inscoscientemente, ella siempre le situaba. Los mismos rasgos físicos que esos hombres, el mismo acento, el mismo trasfondo misterioso y cruel. Parecía sacado de una novela histórica con ese contexto. Enseñándole la ciudad, la suya, enseñaba su Edén atávico.
Y ahora estaba allí para encontrarse con un hombre que no conocía, en esa ciudad perdida. Buscaba desde el coche huellas que le recordasen su anterior viaje. Pero todo era nuevo. Aparcó cerca de donde se habían citado. Salió del coche, miró alrededor y allí estaba. La estatua. Las murallas de piedra. El riachuelo. Los mismos setos (nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos). Lo observó, miró y admiró. Ahí estaban. Qué de tiempo. Han guardado esta parte exacta, mientras el resto es otro. Pero tenía que irse. Se dirigió al concierto. Él era el guitarrista. Se sentaría tranquila y esperaría a que terminase. Al final hubo suerte y no llovió. Y hubo luna llena.
Disfrutó como nunca, esperaba ansiosa su señal. Bebió todo tipo de bebidas, esa noche era capaz de todo. Él estaba lesionado pero sonreía. Y ella le miraba. En todo el concierto sólo llegaron a cruzar sus miradas dos veces. La última, cabreada, le volvió la cabeza, pero arrepentida y para asegurar que era la señal, volvió a mirarle, y !la estaba sonriendo¡. Aún así, perfectamente pudo no ser la señal convenida. En cuanto él vio que le miraba también volvió la cabeza. ¿Qué significaba todo eso?. A ella las nubes del mal tiempo empezaron a pesarle y se sentía vieja y cansada. Recordó que allí mismo su antiguo amor había estudiado. Esas mismas piedras y ese mismo aire olían a él. Y en ese mismo instante cantaron:
Rara..
como encendida
te hallé bebiendo
linda y fatal...
Bebías
y en el fragor del champán,
loca, reías por no llorar...
Pena
Me dio encontrarte
pues al mirarte
yo vi brillar
tus ojos
con un eléctrico ardor,
tus bellos ojos que tanto adoré...

Esta noche, amiga mía,
el alcohol nos ha embriagado...
¡Qué importa que se rían
y nos llamen los mareados!
Cada cual tiene sus penas
y nosotros las tenemos...
Esta noche beberemos
porque ya no volveremos
a vernos más...

Hoy vas a entrar en mi pasado,
en el pasado de mi vida...
Tres cosas lleva mi alma herida:
amor... pesar... dolor...
Hoy vas a entrar en mi pasado
y hoy nuevas sendas tomaremos...
¡Qué grande ha sido nuestro amor!...
Y, sin embargo, ¡ay!,
mirá lo que quedó..
Cogió sus cosas, se levantó y, sin mirar a ningún lado, ni delante ni atrás, se fue.

2 Comentarios:

Blogger carlosasecas dijo...

Por algo Salomón, el mismo que compusiera el Cantar de Cantares (o por lo menos: esa es la versión que nos han dicho), al final de su vida sentenció en el Eclesiastés: "Heredarás el polvo".
Y es el polvo lo único que queda de cada despedida.

10:53 p. m.  
Blogger Rodolfo N dijo...

ES un bello relato ,como nos tenés acostumbrados, pero el remate con ese tango tremendo ,profundo ,hiriente y fatal nos hace reafirmar en la sabiduría inmensa del 2x4.

1:08 a. m.  

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