28 agosto 2008

Ésta también soy yo

Agosto 6 de la tarde. El sol da de pleno en mi ventana. Las persianas bajadas y sólo una ranurita donde entra un rayo de luz y bochorno. Pasan un grupo de adolescentes gritando palabrotas y frases como "ozú, quillo, te igo que era la Devo, no la Moni, zi el quiere i a tomá po culo que ze faya".
Llevo puesto un vestido corto y ligero. Aún así se me pega a la piel. No suelo sudar, antes me pongo colorada, pero todo mi cuerpo transpira por el calor. Miro mis pies, encima de la mesa, con las uñas pintadas de blanco (lo que hace el aburrimiento), y pienso que mis cuatro pendientes es lo único que acepté llevar "de más". A veces pensé en un tatuaje. Pero no puedo ver una jeringuilla ni en pintura. En la boda de un primo me puse uno de pega. Casi todos mis primos se acercaron a verlo encantados. Era un sol con trazos negros. En la parte posterior del hombro. E igual que vinieron encantados, se fueron desilusionados al ver que era de mentira. "Qué rico" dijo uno. ¿Un tatuaje rico?. Supuse que los tatuajes, por lo general, ponen.
Mis piernas están muy morenas. Casi todo el verano al sol. No están mal, me gusta mirarlas a veces (otras, para nada). Me aparto la tira del sujetador y noto la señal del bikini. Mis hombros sí me gustan. Alguien me preguntó si hacía top less. Quizá debiera. Pero no me apetece una vez en la playa. El agua está muy fría (qué cosa más fea ir "empitonada" para que todos te vean). Y cuando no estoy en el agua me siento en la orilla, como los niños chicos, y dejo que me vayan refrescando las olitas pequeñas que llegan. Quiero estar pendiente del mar, de esas olas, de la sensación de fresquito en mis piernas, del calor del sol en mi cara, no de si me miran, si a alguien le desagrada, si a mí misma me desagrada. No. Total. El pecho morenito o no. Qué más me da a mí. Le dará a quien me las vea, pero ese es su problema.
Mucho tiempo he llevado una cadena con un ángel de la guarda y mi nombre por detrás. Me lo regaló una tía cuando nací. Pero se me rompió y la medalla intenté ponerla en alguna otra cadena. Pero no hay caso. También durante mucho tiempo llevé un anillo con mis iniciales, pero parece una alianza y no me gusta.
Así que sólo me quedan mis cuatro pendientes. Dos agujeros me los hicieron cuando nací, como a casi todas las niñas. Y en el lóbulo izquierdo, con quince años, me hice los otros dos. Mi intención era hacerme sólo uno. Pero una amiga mía muy flaquita y debilucha me quiso ayudar y tan poca fuerza tenía que el agujero salió desviado y muy pegado al anterior. Así que cogí un alfiler, lo limpié en alcohol y me agujereé el lóbulo mientras me miraba al espejo. Me dejé colgando un tiempo un hilito y poco más tarde me pude poner un pendiente de oro. Al principio la herida supuraba, y más que agujeros eran un pozo sin fondo. Pero ahora los veo reflejados y me gustan. Tres brillantitos juntos y en fila. Siento que es de las cosas que tengo que más dicen de mi. También me recuerdan que una vez fui muy valiente.
Bueno, ya es hora de hacer algo. Voy a bañarme a ver si se bajan estos calores. Me quito la goma del pelo, la ropa. Y me miro. No puedo evitar hacer posturas de estar posando. Yo, que no me gusta que me hagan fotos. Lo cierto es, fuera de convenciones sociales, que me gusta mi cuerpo. Visto así parezco un ocho. Un ex me dijo que tenía el cuerpo de Marilyn. No lo creo. Pero bueno es creérselo a veces. También me decía que tenía "un pedazo de culo". Redondo es, eso sí. Y mis pechos me hacen más cintura que si no estuvieran. Sí, yo me explico. Acaban justo para hacer el ocho. Y, en medio, un ombligo pequeñito, casi invisible, y alargado. Aquí, delante de un espejo, me gusto. ¿Por qué luego no me soporto ver en fotografías o espejos de centros comerciales?. Quizá me comparo con las convenciones reinantes y, eso sí, soy un poco anacrónica. A veces pienso que es porque me suelto el pelo, y hago posturas precisamente para quedar bien. Enarco la espalda, saco morros, echo el pelo hacia atrás... Me llega a la cintura así. Recién arreglada tengo los rizos marcados, pero así, a punto de bañarme, queda ondulado y más a su aire. Una vez quise teñirme de castaña, pero se equivocaron y me pusieron una especie rara de mechas en la parte superior del flequillo casi rubias. ¡Horror!. Fui pitando a un supermercado, compré tinte y me teñí de mi color. Nunca me di cuenta como entonces lo bien que quedan los ojos oscuros con pelo oscuro. Me recojo el pelo, me lo suelto. Un peluquero se maravilló. Dijo que si quería trabajar como modelo de pelo. ¡Ja!, yo modelo. Me reí y ahí se quedó la cosa. Me acaricio la cadera. Tuve suerte en eso. La piel de mi madre. La piel del vientre, del hueco que deja la cintura, de la parte interna de la pierna. Ésta, ésta también soy yo. No sólo la que se queja, y siente y llora y teme.

2 Comentarios:

Blogger carlosasecas dijo...

Al azar, tomé un libro del escritorio (que pareciera desplomarse en cualquier instante por la cantidad de libros y discos que se mantienen apilados por alguna fuerza extraña que transgrede toda ley gravitacional y física): "La romana", de Alberto Moravia.
En pleno tren del subterráneo (que me encanta relacionar con el Mictlán: uno de los escenarios del Inframundo mesoamericano, pues la descripción es idéntica: "luces de ceniza que no iluminan ni dan calor"), me llama la atención la siguiente descripción:
"Tenía el vientre (...) con el ombligo que casi no se veía de tan hundido como estaba en la carne; pero mi madre me decía que eso era más bonito aún, porque el vientre debe ser un poco salido, y no liso como hoy se usa".
¿Coincidencia?

11:35 p. m.  
Blogger carlosasecas dijo...

Prosigue Moravia (apenas voy a la mitad, pues esta lectura es exclusiva del traslado de la casa hacia "el curro"): "Es hermoso contemplar el propio cuerpo como algo nuevo y desconocido que crece, se robustece y se embellece por sí solo (...)"
"La romana", 1974.

7:07 p. m.  

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